Hay pocos momentos en
los que una mujer sea tan poderosa como cuando se está desnudando
delante de un hombre. En ese pequeño y exquisito momento no existe
nada en el mundo más importante que cada uno de los milímetros de
piel que va dejando asomar. A medida que libera su piel de las capas
se va sintiendo en el ambiente esa necesidad animal, esa ansia apenas
reprimida. Aparece una mirada felina y hambrienta en los ojos, las
manos empiezan a volar, los cuerpos empiezan a a arder y las
distancias se convierten en obstáculos que necesitan ser salvados
inmediatamente. La sed se acrecienta y empiezas a sentinte valiente,
rebelde y agresiva. Un mordisco por aquí, un arañazo por allá y de
pronto los cuerpos empiezan a molestar. Ya no se puede distinguir uno
de otro pero empieza a ser, a pesar de o gracias a, un inconveniente.
Nada se puede hacer
excepto fundir las lenguas, las manos, los alientos y los cuerpos en
uno solo.
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